miércoles, septiembre 29, 2010

Crónica del campamento en Xico, grupo de tercero de primaria. 11 y 12 de junio de 2010


Por Diego, Lily, Camilo, Saulo, Iván, Ian, Caty,

Camila, Héctor, Rosa y Paty.



¡Nos vamos! Una salida llena de impaciencia, energía, nerviosismo, todo junto. Nuestro destino: Xico. Los niños en la pelea por los lugares en la camioneta, al fin, todos acomodados salimos de la escuela. Olvidamos los jugos, nos paramos a comprar queso…y empezaron los cantos, son como una expresión de libertad: “¡allá vamos!”


Por supuesto que llegamos en poco tiempo. Aun así cuando pareciera un paisaje común y por demás conocido, los niños fueron encontrando algo nuevo o algo que compartir que pudiera resultar interesante para todos: la casa de Héctor, los cafetales, el puente de San Marcos, la propaganda política, y el inconfundible cerro Acamalin que anuncia la llegada a la población de Xico. Xicochimalco, en voz náhuatl “en el escudo de los jicotes” o “en donde hay panales de cera amarilla”, es una ciudad mágica, colonial, bien conservada y de tradiciones muy arraigadas.


Tomamos camino hacia la zona en la que haríamos nuestras primeras observaciones del entorno. “Subimos una montaña y vimos un riachuelo que estaba contaminado, muchas libélulas, una planta que parecía girasol, una paloma blanca y una mariposa de color naranja con rayas negras”, (Saulo). Esta es una zona cafetalera por excelencia; sin embargo la presencia de la ganadería extensiva ocupa grandes espacios desapareciendo incluso áreas que alguna vez fueron bosques de niebla. El relieve montañoso no perdona estos descuidos y así dejamos que nos cayera el sol en la cabeza para sentir su fuerza y lo que ésta puede hacer a la flora y la fauna del lugar, ya de por sí afectada.

Fuimos a un potrero con pocos árboles, nos quedamos diez minutos en el sol, registramos la temperatura: 31 grados. Tomamos un poco de agua para no deshidratarnos y seguimos la caminata a un cafetal. Ahí desayunamos”, (Ian).


Terrenos en los que, se percibe una devastación, pueden mirarse a través de los ojos de una niña como “una montaña bien hermosa, con el pasto bien cortadito” (Caty). Por fortuna colindan con una finca de café organizada, limpia y cuidada. Ahí fuim

os para percibir las diferencias entre ambos espacios.


Registramos a intervalos la temperatura, sentimos la frescura del lugar, y así se fueron descubriendo detalles, semillas, aves, plantas, bichos… y chaneques. Los chaneques cobran vida en las fincas de café, figura imaginaria que se hace presente y juega, reta, se esconde y desorienta. Decidimos jugar con ellos, solo que antes había que ponerse las camisetas al revés para evitar que nos hicieran perder el camino para salir del cafetal.


El calor del medio día nos apresuró para llegar a la cabaña a ponerse el traje de baño y…¡a la alberca!. “Rosa y Paty nos dijeron que nos cambiáramos para meternos a la alberca, dejamos algunas cosas tiradas, yo a lo loco me quité las chanclas y de un chapuzón me aventé. ¡No podía creer lo fría que estaba el agua!” (Iván).


En un rato, los equipos empezaron a cumplir organizadamente con sus roles, “Diego preparó la ensalada, yo hice las carnes y Lily preparó el agua de naranja” (Iván). Comimos bien y suficiente, quedó todo limpio…bueno, lo suficientemente limpio.

Salimos por la tarde a visitar el casco de una hacienda que data del siglo XIX, ubicada en el camino a la cascada de Texolo. Nos recibe un personaje bastante peculiar, el señor Amado, cronista de la ciudad. Los niños se interesan en su plática y e

mpiezan a hacerle preguntas. “Por fin pasamos a la hacienda, vimos retratos antiguos, pinturas, una cama, una espada, alfombras viejas, un muñeco que parecía choqui porque estaba raro y sin un brazo en una caja de cristal con madera” (Camila).


Ellos fueron colocando de manera atemporal en su cabeza la información recibida, lo cual dio pie a comentarios como el de Diego: “Vimos choquis antiguos, las otras salas estuvieron bien chidas por lo antiguo. Me gustó por las computadoras anteriores del siglo XIX” (eran máquinas de escribir). “En el museo había exprimidores de limones de madera, un piano de ciento dos años y un armonio de iglesia” (Camilo).


Salimos del Casco de San Bartolo hacia la cascada de Texolo. Ya oscurece. De regreso en la cabaña, aparece el hambre…los panecitos xiqueños que fuimos a comprar, las donas, el chocomilk. Otra vez los equipos funcionaron bien, repartiendo a todos por igual o decidiendo cómo partir un pan para que a todos les tocara. Había que terminar el día, cerrarlo para que las cosas experimentadas no se nos fueran al aire. Se sentaron a escribir su crónica, cada quién con lo suyo, con sus vivencias y sentires, recordando aquello que les hizo su día y escribiéndolo en su libreta de campo.


La hora de acostarse a dormir es toda una danza. Van y vienen al baño, por agua, se pasean, se cambian, se acomodan, desacomodan, van a ver qué pasa en la otra recámara, platican, juguetean hasta que se hace necesario un grito desesperado: ¡YA, se acaba la actividad, ni una linterna, no más ruidos, cierras los ojos y se acabó! Por fin callados. Y la lluvia se deja sentir como brisa dentro de la cabaña, afortunadamente solo fue un momento y pudimos arrullarnos con el sonido del río. Silencio…que todo duerma ya.


Amanece y las primeras vocecitas se escuchan sin piedad de aquellos que todavía guardamos algo de sueño. Y otra vez el bullicio, las idas y venidas, las anécdotas nocturnas, los sueños. El equipo responsable del desayuno prepara quesadillas, jugo, leche con chocolate y uno que otro panecito que también sobró de la cena.


Al terminar de limpiar y levantar los trastes, recuperamos con la información obtenida con anterioridad, ese momento en el que los españoles arribaron a las costas veracruzanas, el impacto que tuvo en las culturas ya establecidas, las rutas que siguieron, su ubicación en un gran croquis y la relación de algunos de esos hechos con nuestro viaje a Xico, que eran precisamente los que nos llevaron a realizarlo. Entendimos un poco más que las tierras que hoy pisamos, fueron transitadas por otras personas, con otros motivos también fueron escribiendo la historia de nuestro país.


Y, finalmente, un pequeño recorrido por la ciudad, la visita al museo de figuras de hoja de maíz, el helado en la plaza, el mole y el pan dulce, para llevar a casa un recuerdo de este campamento. Después de la comida los papás estarían ya en la escuela esperando nuestra llegada.



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