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Camila, Héctor, Rosa y Paty.
¡Nos vamos! Una salida llena de impaciencia, energía, nerviosismo, todo junto. Nuestro destino: Xico. Los niños en la pelea por los lugares en la camioneta, al fin, todos acomodados salimos de la escuela. Olvidamos los jugos, nos paramos a comprar queso…y empezaron los cantos, son como una expresión de libertad: “¡allá vamos!”
Por supuesto que llegamos en poco tiempo. Aun así cuando pareciera un paisaje común y por demás conocido, los niños fueron encontrando algo nuevo o algo que compartir que pudiera resultar interesante para todos: la casa de Héctor, los cafetales, el puente de San Marcos, la propaganda política, y el inconfundible cerro Acamalin que anuncia la llegada a la población de Xico. Xicochimalco, en voz náhuatl “en el escudo de los jicotes” o “en donde hay panales de cera amarilla”, es una ciudad mágica, colonial, bien conservada y de tradiciones muy arraigadas.
Tomamos camino hacia la zona en la que haríamos nuestras primeras observaciones del entorno. “Subimos una montaña y vimos un riachuelo que estaba contaminado, muchas libélulas, una planta que parecía girasol, una paloma blanca y una mariposa de color naranja con rayas negras”, (Saulo). Esta es una zona cafetalera por excelencia; sin embargo la presencia de la ganadería extensiva ocupa grandes espacios desapareciendo incluso áreas que alguna vez fueron bosques de niebla. El relieve montañoso no perdona estos descuidos y así dejamos que nos cayera el sol en la cabeza para sentir su fuerza y lo que ésta puede hacer a la flora y la fauna del lugar, ya de por sí afectada.
Fuimos a un potrero con pocos árboles, nos quedamos diez minutos en el sol, registramos la temperatura: 31 grados. Tomamos un poco de agua para no deshidratarnos y seguimos la caminata a un cafetal. Ahí desayunamos”, (Ian).
Terrenos en los que, se percibe una devastación, pueden mirarse a través de los ojos de una niña como “una montaña bien hermosa, con el pasto bien cortadito” (Caty). Por fortuna colindan con una finca de café organizada, limpia y cuidada. Ahí fuim
os para percibir las diferencias entre ambos espacios.
Registramos a intervalos la temperatura, sentimos la frescura del lugar, y así se fueron descubriendo detalles, semillas, aves, plantas, bichos… y chaneques. Los chaneques cobran vida en las fincas de café, figura imaginaria que se hace presente y juega, reta, se esconde y desorienta. Decidimos jugar con ellos, solo que antes había que ponerse las camisetas al revés para evitar que nos hicieran perder el camino para salir del cafetal.
El calor del medio día nos apresuró para llegar a la cabaña a ponerse el traje de baño y…¡a la alberca!. “Rosa y Paty nos dijeron que nos cambiáramos para meternos a la alberca, dejamos algunas cosas tiradas, yo a lo loco me quité las chanclas y de un chapuzón me aventé. ¡No podía creer lo fría que estaba el agua!” (Iván).
En un rato, los equipos empezaron a cumplir organizadamente con sus roles, “Diego preparó la ensalada, yo hice las carnes y Lily preparó el agua de naranja” (Iván). Comimos bien y suficiente, quedó todo limpio…bueno, lo suficientemente limpio.
Salimos por la tarde a visitar el casco de una hacienda que data del siglo XIX, ubicada en el camino a la cascada de Texolo. Nos recibe un personaje bastante peculiar, el señor Amado, cronista de la ciudad. Los niños se interesan en su plática y e
mpiezan a hacerle preguntas. “Por fin pasamos a la hacienda, vimos retratos antiguos, pinturas, una cama, una espada, alfombras viejas, un muñeco que parecía choqui porque estaba raro y sin un brazo en una caja de cristal con madera” (Camila).
Ellos fueron colocando de manera atemporal en su cabeza la información recibida, lo cual dio pie a comentarios como el de Diego: “Vimos choquis antiguos, las otras salas estuvieron bien chidas por lo antiguo. Me gustó por las computadoras anteriores del siglo XIX” (eran máquinas de escribir). “En el museo había exprimidores de limones de madera, un piano de ciento dos años y un armonio de iglesia” (Camilo).
Salimos del Casco de San Bartolo hacia la cascada de Texolo. Ya oscurece. De regreso en la cabaña, aparece el hambre…los panecitos xiqueños que fuimos a comprar, las donas, el chocomilk. Otra vez los equipos funcionaron bien, repartiendo a todos por igual o decidiendo cómo partir un pan para que a todos les tocara. Había que terminar el día, cerrarlo para que las cosas experimentadas no se nos fueran al aire. Se sentaron a escribir su crónica, cada quién con lo suyo, con sus vivencias y sentires, recordando aquello que les hizo su día y escribiéndolo en su libreta de campo.
La hora de acostarse a dormir es toda una danza. Van y vienen al baño, por agua, se pasean, se cambian, se acomodan, desacomodan, van a ver qué pasa en la otra recámara, platican, juguetean hasta que se hace necesario un grito desesperado: ¡YA, se acaba la actividad, ni una linterna, no más ruidos, cierras los ojos y se acabó! Por fin callados. Y la lluvia se deja sentir como brisa dentro de la cabaña, afortunadamente solo fue un momento y pudimos arrullarnos con el sonido del río. Silencio…que todo duerma ya.
Amanece y las primeras vocecitas se escuchan sin piedad de aquellos que todavía guardamos algo de sueño. Y otra vez el bullicio, las idas y venidas, las anécdotas nocturnas, los sueños. El equipo responsable del desayuno prepara quesadillas, jugo, leche con chocolate y uno que otro panecito que también sobró de la cena.
Al terminar de limpiar y levantar los trastes, recuperamos con la información obtenida con anterioridad, ese momento en el que los españoles arribaron a las costas veracruzanas, el impacto que tuvo en las culturas ya establecidas, las rutas que siguieron, su ubicación en un gran croquis y la relación de algunos de esos hechos con nuestro viaje a Xico, que eran precisamente los que nos llevaron a realizarlo. Entendimos un poco más que las tierras que hoy pisamos, fueron transitadas por otras personas, con otros motivos también fueron escribiendo la historia de nuestro país.
Y, finalmente, un pequeño recorrido por la ciudad, la visita al museo de figuras de hoja de maíz, el helado en la plaza, el mole y el pan dulce, para llevar a casa un recuerdo de este campamento. Después de la comida los papás estarían ya en la escuela esperando nuestra llegada.
Recopilación de textos de la crónica oral que elaboraron los grupos, con las maestras Tere Ruiz y Marián Mortera.
Crónica de la excursión de los niños y las niñas de preescolar y primaria a “Nace el rio” en Actopan, Ver. Mayo 28, del 2010.
Una salida con los más pequeños de la escuela es sin duda algo muy distinto a lo que se vive con los chicos mayores. Los tiempos, las horas, los minutos transcurren en otra dimensión con intensiones diferentes, con otra libertad.
“Nos vinieron a dejar papás o mamás solitos…porque alguno de ellos estaba en el trabajo”.
“El viaje fue muy largo, íbamos cantando canciones…un elefante se columpiaba sobre la tela de una araña…había neblina en Xalapa y después escuchamos las chicharras”.
Así iniciamos este “campamento” que para ellos fue enorme, un día que se vivió intensamente, en el que hubo de todo lo que normalmente hay en los otros campamentos: diversión, conocimiento, moscos, tierra, alberca, animales, plantas, caídas, tiendas de campaña, comida rica…todo en once horas.
“La puerta del campamento estaba cerrada y fuimos por las llaves para abrir, si no, no nos hubiéramos divertido. Abrieron el portón y…¡ehhhhhh! ¡Sí fue muy divertido! Vimos muchas piedras y una palapa. Había caminitos para no pisar las plantas y teníamos que cuidarlas. Paty nos dijo que no moviéramos las piedras porque podría salir algún bichito venenoso y picarnos.”
En un ambiente así, tan lleno de vida, todos los niños quieren hacer suyo un pedazo, ya sea atrapando un bicho, recogiendo una piedra, oyendo el canto de algún pájaro. Con todo se quedan, todo les pertenece.
“Con René (el biólogo) fuimos a buscar bichos.
Andrea atrapó una mariposa, la llamamos Naranjita, a ella le gusta una planta que se llama hawaiana porque ahí pone sus huevecillos. Sebastián atrapó dos hormigas.”
Las condiciones del clima en esos momentos nos dejaron hacer ese pequeño paseo hasta que el calor se hizo sentir con mayor intensidad. Momento de instalar la tienda de campaña, necesaria en todo campamento y prepararse para disfrutar de la alberca.
“Algunos cooperamos con René y con Paty para armar la tienda y ahí las niñas nos pusimos el traje de baño. Los niños se cambiaron afuera.”
Y en la alberca, todas las sensaciones: “el agua estaba helada, sentí frío, yo miedo; a mi me encantó, Tere nos ayudó a nadar y Marián nos cargó a todos en la espalda”.
La hora de la comida fue como cumplir la formalidad de darle al cuerpo lo que requiere y ya está…seguir adelante con todo lo que aun quedaba por hacer. Se sientan a la mesa, toman su alimento, entregan su plato y siguen caminando, no hay tiempo que perder. Hicimos juegos de cadenas alimenticias, ellos definían una específica y jugábamos el rol que nos correspondía, de cazador o cazado. Así resulta más fácil entender lo difícil que resulta la supervivencia para algunos. Un halcón, algunas ranas y muchos bichos diversos tuvieron que luchar por un rato para no ser cazados por su depredador. ¡Todos corrían por su vida!
Nos preparamos para la visita al aviario y al mariposarioque se ubican a escasos dos kilómetros del campamento, sobre la carretera que lleva al pueblo de Actopan,
en el Descabezadero, lugar en donde nace el río Actopan, de ahí el nombre del campamento en el que estuvimos: “Nace el río”.
“René era el guía, y la regla para visitar el lugar era no correr ni caminar delante de él. Nos enseñaron una montaña con hoyos, ahí vivían unas iguanas negras que en la cola tenían picos. No las pudimos ver. Entramos al mariposario y vimos las mariposas búho, que son nocturnas, estaban como dormidas. Les pusieron unos platitos con comida, eran mangos rebanados. Hay muchas plantas, diferentes porque no a todas las mariposas les gusta la misma para poner sus huevecillos, a cada una le gusta una planta diferente para chupar el néctar.
En una vitrina había mariposas que ya iban a nacer y algunas ya habían nacido para que las pudiéramos liberar. No alcanzaron para todos porque había poquitas.
Las larvas de las mariposas búho son casi del tamaño de nuestras manos. En otra vitrina tienen muchas de diferentes colores y formas, pero ya están muertas. Son sólo para que las conozcamos.”
“En el estanque que está dentro del mariposario, viven muchas tortugas junto a unos lagartos pequeños, que están ahí porque si los dejan con los grandes, les quitan su comida”.
“En el aviario primero vimos a un tucán macho que le quitaba las plumas de la cola a otro porque así le decía que ése era su lugar y no lo dejaba comer. Los pericos de cabeza amarilla hacían mucho ruido y decían: ¡corrito, cotorrito! Las cotorritas cuchas eran muy escandalosas, estaban aprendiendo a volar. Una guacamaya que René sacó de la jaula tenía el ala lastimada, era una guacamaya militar. También había un pato muy grande. Afuera del aviario vimos una serpiente, la pudimos tocar y apestaba para defenderse. Había unas iguanas, la hembra puso sus huevos bajo la tierra y estaba muy flaca. En el estanque estaban los cocodrilos grandes, ellos salen a respirar y vuelven a meterse en el agua. Y por último vimos una lechuza bebé, la tenían en una jaula porque se había caído de su nido y así la estaban cuidando para que no se lastimara. Cuando crezca la van a liberar.”
Este espacio es una UMA (Unidad e Manejo Ambiental). Aquí de manera organizada se protege la flora y la fauna del lugar además de promover la reproducción y cuidado de ciertas especies de la flora que pudieran estar en peligro de extinción. Igualmente recuperan animales que pudieran estar ilegalmente en cautiverio, como mascotas en lugares no adecuados para ellos o lastimados de manera que no puedan resolver su supervivencia por sí solos.
“Ahí se terminó el recorrido, regresamos al campamento por nuestras mochilas y nos despedimos de Ernesto, de René y del campamento “Nace el río”. Prometimos volver más grandes para quedarnos a dormir. Ya en la camioneta nos quedamos dormidos y cuando despertamos ya estabámos de regreso en la Tlalne. Nuestros papás nos recogieron. Estuvimos muy felices.”
Campamento Express para las maestras, pero para ellos ¡toda una aventura!
Debido a la consabida lucha que las Ciencias Sociales han tenido a lo largo del tiempo para ser consideradas como Ciencias, -dada la naturaleza del ser humano-, y a la visión que en Tlalnecapam tenemos en torno a los procesos de enseñanza-aprendizaje, es menester detenernos a analizar la correspondencia entre nuestra acción pedagógica y los vaivenes de los procesos individuales de nuestros alumnos y alumnas, específicamente en las asignaturas de Historia y el área humana o social de la Geografía. [Ir a]